miércoles, 19 de junio de 2013

La Ciudad en el Fin de la Eternidad





Empezó con una idea. Una explosión en mi cabeza, fuegos artificiales, bailes de neuronas, que crean un big bang extraño: primero un planeta, luego cientos, miles, colisionando, atrayéndose, como mis pupilas y esas otras pupilas fantasmales, de otro color, que creo ver cuando miro mi ventana, en estas noches de verano. Pero después se esconden, tras el humo de las fábricas, solapándose con el sonido de las pisadas de aquellas personas que caminan en sentidos opuestos, entre madrigueras y palacios, entre ciudades gemelas con pautas de crímenes inconexos y manchas de sangre cósmica. 

Veo esquemas, y mapas estelares, y serpientes y esqueletos y agujeros de gusano danzando entre las estrellas. Debajo hay unos hilos que lo unen todo, y unos senderos que lo bifurcan. Y noto algo siniestro y dulce cuando cierro con llave la puerta de casa antes de marcharme. Quizás sean planes oscuros de algo más allá de todo, algo que debimos leer en los huesos, quizás una mirada mesiánica en los posos del café. Sinceramente: ¿crees que voy a desaparecer? Tengo todas las papeletas. Hay motivos que me hacen pensar que estoy en una intersección de universos estirados y deformados, frágiles como el cristal, revertidos de espejos, hartos de reflejar estrellas enanas que se apagan, hartos de reflejar la nada, se tornarán finalmente en la nada. 

Ese es mi punto, allá donde me encuentro. ¿Tú desaparecerías? ¿Tú te resignarías? ¿Y si finalmente gritases "que te jodan" al universo de cristal y a todas las demás realidades convergentes? A veces no duermo comparando nuestro sistema solar con una mosca revoloteando alrededor de las tripas colgantes del universo y la realidad última. Otras veces pienso que la gente me da nauseas y sus preocupaciones frívolas sólo esconden una espiral de muerte y vacío, y me duermo mucho antes. Sólo al pensar en estrellas palpitando como corazones, en un lugar mal iluminado del espacio y el tiempo, concilias verdaderamente el sueño. Despiertas, eso sí, cayendo en una secuencia errática de sueños encadenados. Encadenados por pupilas fantasmales, respirando en la noche, riendo, dilatándose cuando devuelves la mirada, empañando el cristal cuando te acercas más de la cuenta, hasta el punto de casi poder rozarlas, fingiendo que es por accidente, mientras lees el futuro en el cielo, en estelas de aviones que se enredan, que no te dicen nada claro. Pero así no es como empezó.

Empezó con una idea. Algunos piensan que empezó cuando el futuro se enturbió y los senderos infinitos del espacio colisionaron. Otros lo asocian a una canción que nunca existió, y que partió el cielo en dos, lanzando a los dioses contra el suelo. Hay incluso quien cree que comenzó con mi caída al infierno y mi posterior regreso, y la mirada que borró a Eurídice del tiempo y del espacio. Pero todos se equivocan. Empezó con una idea, la idea de dos bocas que se rozaban.

 Una era vida. La otra, muerte. 

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