domingo, 13 de octubre de 2013

So it goes


"Hay otro Madrid encima de este" decía. Ella estaba en el suelo y desvariaba, y yo seguía haciendo presión en su herida, entre ambos pechos. La noche parecía en blanco y negro. El maldito Retiro eran todo grises bajo esa luz. Esa puta luna dudo que existiera, en realidad. Debería contar el origen de esa situación, ¿verdad? Supones que es el rollo de empezar por el final para causar impacto y retroceder al principio de las cosas. Crees saberlo todo de mí por como hablo, ¿no es cierto? Bien, te contaré el origen de esta mentira.

El principio... bueno, digamos que sí, había otro Madrid, pero debajo de este. Lo sé porque lo hice yo. Me preguntarás por qué, y no sabré contestarte. Evasión, supongo. Un mecanismo de evasión: el Madrid de verdad tiene mucha gente, de un lado a otro, agobiante, las calles huelen a carne, saturada, pedigüeña, o elegante, da igual, son carne, maldita carne apática. Es por eso que el Madrid de abajo no tenía casi gente. O tenía cuando yo quería. Para eso era el Madrid de abajo y era mi invención, ¿no? Otra cosa que añadí fue un montón de animales inventados. No me gustaban nada los pocos animales que había en el Madrid de verdad. 

Así que traje, por ejemplo, una nueva clase de rana que emitía chillidos, que a veces podían alcanzar la frecuencia exacta que hiciera que a uno le reventasen todos los vasos sanguíneos del cuerpo. Y también unos perros que podían trepar y adherirse a las paredes, por lo que los edificios estaban llenos de perros de aquellos en las fachadas, imagínate: todos los edificios de la Gran Vía, o las torres Kio, o esos sitios grises de Madrid, llenos de animales fantásticos trepadores. Muchos traían consigo enredaderas. Y las enredaderas traían consigo una nueva especie de parásito que convertía a la gente en gelatina durante ciertas horas del día. 

Y cosas por el estilo.

El Madrid de abajo en principio no tenía problema, no colindaba con la realidad, pero poco tiempo después empezó a enrarecer la atmósfera y a liarlo todo de forma espantosa. Obviamente, todo era cosa de mi cabeza. Y me di cuenta de que sólo se enrarecía mi atmósfera. Cuando iba a clase, o en el metro, o en casa, todo lo que me rodeaba temblaba y se difuminaba y cambiaba de color. Las realidades hicieron algo más que colindar. 

Entonces todo se superponía y yo veía ambas partes, lo que se supone que debía ser, por un lado, y mi invención, por otro. Al final me dio igual, y la gente se acostumbró a mi comportamiento errático. Y los animales y los colores y los sentidos del reino mental cada vez salían más a flote, era una auténtica pena que solo yo viese todo eso. Salían serpientes enormes de las aguas del Retiro. Serpientes con brazos y todo, es cierto. ¡Ah, el Retiro! Ahí empezaba de alguna forma la historia que he empezado a contar, ¿no es cierto? Bueno, esa chica, la de la herida en el pecho, también la inventé yo. No me imagino como debe sentar saberlo.

La cuestión es que en el Madrid de abajo, una de las pocas personas que me interesó crear fue esa chica. Al final, todas las demás personas de ese lugar se esfumaron porque la imagen de esa persona ficticia, de esa ensoñación, tenía una señal más potente que las demás cosas. Pronto se empezaron a ir no solo las demás personas del Madrid de abajo, sino también los animales y los colores vibrantes y los sonidos exóticos. Pero, ¿sabes quienes no se fueron? Las cucarachas. Eran un efecto secundario de inventar otro mundo. Cuanto más grande sea la realidad que inventes, más se te puede ir de las manos. Si no te ocupas de que sea nítida todo el tiempo, esa realidad se te llena de cucarachas. Empiezan a meterse entre las cosas y a romperlas y hacerlas temblar y destruyen a las personas y a los acontecimientos pasados y futuros, y convierten el presente en una mancha gris.

Así es como llegué a ese Retiro de color gris que parecía blanco y negro. El Retiro se quedó como una isla solitaria cuando las cucarachas devoraron el resto del Madrid de abajo. Se habían vuelto grandes y gordas, y vestían como gangsters. Imagina cómo crujían cuando las matabas. Agarré mi ensoñación y la llevé al retiro, pensando que la dejaría a salvo en alguna parte. Pero la dispararon. Un disparo certero entre ambos pechos. Y así me vi, presionando la herida, ya sabes. Y las cucarachas se acercaban con sus pistolas y sombreros y trajes baratos. 

Y les dije que me llevaran y que me hicieran ficticio a mí. Y su disparo se movió como la luz de una lupa, por todo su cuerpo, y pasó a mí. Allí se quedó, en mi frente, como un tercer ojo. El humo subía, y ella estaba tranquila. Me arrastré al agua y me sumergí, y todo se movió. Dicen que el mundo se ha movido mucho desde entonces, pero yo no lo sé, porque soy ficción. Espero que ella esté bien en el Madrid de verdad, y que lo haga un poco menos gris y vuelva a traer serpientes y enredaderas, y colores nuevos. La realidad, supuse, siguió su curso sin mí.

Y cosas por el estilo.