domingo, 17 de febrero de 2013

El equilibrio del Terror


Bajo un cementerio indio estaba la cárcel de fantasmas. Existen fantasmas a los que no se les deja arreglar asuntos pendientes. Muchos quieren ir por ahí atormentando a la gente y cubriéndose de sábanas y cadenas, y esa no es buena imagen para un fantasma. 
Un fantasma no debe ir por ahí susurrando nada a nadie. Los fantasmas atormentan en silencio, no son manchas grises en las fotos sino más bien fotos quemadas. Están en cada decisión terrible y en cada tropiezo, por eso, precisamente, no deben tocar a las personas con manos esqueléticas, vociferando y apareciendo en los vinilos del revés. Si alteran la realidad de las cosas y la causalidad del mundo, son enviados de una patada a la cárcel de fantasmas.

El sitio es difícil de describir. No pienses en barrotes, más bien... millones de, se podría decir, espejos etéreos superpuestos y entrelazados para que los fantasmas no se rocen siquiera entre ellos. A los fantasmas no les está permitido relacionarse entre ellos en la cárcel. Si mantienen contacto acaban formándose fantasmas enormes, y esos sí que son aterradores. Si dos personas unen sus fantasmas, el resultado es atroz. La vida se convierte en una pesadilla. 

Los guardias de la cárcel, que son enjambres de ojos flotantes, vigilan bien que ésto no ocurra. Representan una especie de orden. No son etéreos, pero tampoco tangibles. No son nada, sólo ojos que flotan. De un lado a otro. Te miran y te ponen nervioso. A veces te ciegan. Pero aunque son inquietantes, son un mal necesario. Imagina mil fantasmas entrelazados y anudados. Una masa de remordimientos y pena en el corazón de las cosas. Colectivos enteros de personas furiosas. La última vez que los fantasmas se rebelaron hubo una guerra en nuestro mundo. Los fantasmas de las personas y las cosas no se deben escapar. Deben estar guardados bajo llave, en lo más hondo de la tierra, entre cristales etéreos y enjambres de ojos, desubicados y ciegos. 

Pero he aquí lo difícil: cada persona debe llevar allí a sus propios fantasmas. No hay un comité que juzgue a los fantasmas, por encima del espacio y el tiempo. Ojalá fuera tan fácil. Hay que desterrarlos y lanzarlos lejos. Si no nos libramos de nuestros fantasmas personales no seremos más que mierda balbuceante y aterrada. Uno debe luchar por enviarlos lejos cada día. 

Cada mañana dejo mi cama esquivando fantasmas. Paso entre ellos, les aparto la mirada. Acaban dando con sus huesos en lo más hondo de la tierra. Y de ahí no deben salir. Y cuando sales a la calle y respiras el aire nuevo, puedes caminar tranquilo, siendo consciente de que a cada paso que das, caminas por encima de la cárcel de fantasmas.