viernes, 29 de agosto de 2014

Gringo Viejo




La estación de trenes quedó vacía cuando cogí el último expreso. Lo vi en la lejanía, aquel mundo desapareciendo a toda velocidad. Hasta que el sol me cegó y no pude ver más allá de mis propias cataratas. Pero ya no me molestaba, yo ya no le lloraba a nadie. Todo lo que veía era como un país de luz. El sol me cegaba por momentos pero entre el resplandor me dejaba adivinar siluetas de antiguos amigos y lugares comunes. Veía las siluetas de mis hijos y las fotos quemadas y mis negros pulmones. Le dije adiós con la mano a todo aquel país de luz que me había retenido más tiempo del deseado. “Adiós amigos”, susurré, sin sentir mucha pena. Yo ni siquiera era tan viejo.

Llevaba planeándolo unas semanas, ahorrando para comprar el billete, haciendo oídos sordos a mis hijos, visitando por última vez la tumba de mi mujer, hablando con la gente a la que había apreciado. El pueblo era pequeño, así que éstas las podía contar con los dedos de las manos. Tomé mi última copa y me compré un traje bonito. Calcetines blancos, mis zapatos de Fred Astaire y una maleta ligera de equipaje. El pueblo me había dado una vida pero también en cierto modo se la había comido. Mis hijos, temiendo por mi salud mental, me preguntaron a dónde iba a ir. Yo les dije que solo quería un billete de ida y que se preocupasen de sus vidas, que ya son adultos y tienen hijos y trabajos bien formales, que si no se habían preocupado por mí después de servirles de aval para sus casas que no se preocupasen ahora. Yo ni siquiera era tan viejo.


Y ahí estaba bajo el reloj, sentado en un banco viejo de la estación. Le pedí a alguien que me hiciera una foto, y que se la quedase. Para que alguien se acordase de la última vez que aquel viejo le echó un par de cojones a algo. Quería que me recordasen justo en ese momento, antes de irme hacia cualquier país desconocido, como hizo el anciano Ambrose Bierce antes de perderse en el oeste. Quién sabe dónde iría. ¿A buscar el árbol bajo el que la besé por primera vez? ¿Al café en el que escribí mis mejores historias? ¿Al fin del mundo, quizás? Yo ni siquiera era tan viejo.