miércoles, 21 de agosto de 2013

Avalon


Camina entre galerías de carne muerta y ruinas galesas, intentando encontrar. Le dijeron que la magia se desarrollaba en las ruinas. Allá donde la gente ha dejado las cosas aparcadas y olvidadas, y las plantas consumen antiguas fundiciones o estaciones de tren, es donde inevitablemente crece la magia. Lleva noches sin dormir, con comida pasada y Moby Dick en la mochila. Y hace un calor de muerte incluso a la sombra de las paredes de las ruinas. Lejos del hogar y aún así extrañamente unido a todo lo que le rodea, consciente, temeroso.

En algunos pueblos, especialmente los más pequeños y con menos habitantes, es casi siempre en los que más encuentra. En las paredes o en el suelo, o en los dientes de las personas, la magia palpita fuerte. Hubo uno en el que casi cae contra el suelo nada más cruzar el cartel de bienvenida. Imposible que no haya raíces mágicas en esos lugares. Un pueblo de cien habitantes, conocidos y llenos de secretismo y amores y odios, con iglesias diminutas, o las pequeñas tiendas, que constituyen el punto donde encontrar información. Informaciones pequeñas y erráticas, claro, concernientes a las gentes del pueblo y sus desventuras patéticas y trágicas, pero son en verdad rumores, y éstos rumores son importantes, dicen, para la vitalidad de la magia.

 Rumores en todos los sentidos posibles de la palabra. Rumor del viento, que se lleva las hojas secas y los insectos, y no es más que una forma básica, natural y automática de la magia. Rumor como ruido confuso de voces, casi ruidos blancos, un sonido que bien chirría o bien sisea, pero nunca sabes que es. Ese elemento de la magia que solo ves por el rabillo del ojo. Y los rumores como mentiras reveladoras. Hay muchas mentiras sobre la magia, que aún así son inmensamente reveladoras y te acercan a la verdad. Las ficciones siempre son extensiones, no lo olvides, ortopedias de la realidad misma. 

A todo esto, ¿por qué buscaba él la magia? No tenía ni idea. La realidad era a veces asqueante, y en cierto modo debía pasar página. Muchos creían que no la había pasado, que seguía en la misma página aburrida, en ese final del prólogo escrito por un tipo no tan bueno como el que hizo el libro. Se quería alejar un tiempo de la gente y buscar la vida que había detrás, arrastrarse al fondo de las cosas. 

Y ahora, otro día abrasador más entre las ruinas. Encuentra rumores en las cortezas de los árboles, susurros de épocas de las que nunca había oído hablar. La hierba, seca y afilada, le repite las palabras de los espíritus del bosque. Espíritus que reptan o que vuelan, invisibles o tan cercanos que te aplastan, ficticios, mentiras reales, los gritos de los perros y los truenos, el chirriar de los columpios, los pasos de las hormigas, el frío imposible en la noche del verano, el vino del estío, el final del camino, un pequeño punto azul. La magia se revela y se mete de lleno en los subterráneos y cortocircuita los semáforos, y los rascacielos se pierden de verdad entre las nubes y el tiempo, y las ruinas se extienden y se deforman y dejan de llamarse ruinas, todo se llena de aleteos y raíces. 

Le dijeron que en las ruinas encontraría, y no se equivocaron. Deshidratado, con Moby Dick entre los brazos, mira directamente al sol. "Nos vemos en la siguiente página", susurra al mundo.