domingo, 23 de marzo de 2014

Leviathan


Nunca sería un soldado. Haría lo que fuera para evitarlo: arrancarse las huellas dactilares, quemarse las córneas, lo que fuera. Estaba decidido a arrancarse el chip, ese que, de pequeño, le ensartó la Abuelita Bondad tras la uña del pulgar. Rechazaría su patria porque al fin y al cabo su patria era ignorancia y asco y sangre seca. Su tío materno, el hombre más triste de Louisiana, le dijo una vez que la patria eran el corazón y las estrellas, que no había razón para tener miedo porque nuestras conciencias durarían cinco mil años, escondidas en la cara oculta de la luna. Con el traje de los domingos de su primera esposa lo llevaron a fusilar.

Gritar constelaciones en público suponía la perdida de un dedo. El hombre occidental, desde hacía años, estaba en perpetua guerra fría contra las estrellas. Y él lo odiaba. Eso le convertía en un paria, un leproso de la era de las pantallas, el plástico y el humo. Las personas sutílmente se convertían en soldados. Los que gritaban en las calles eran soldados. Los que iban a trabajar cada día, en el subterráneo, eran soldados. Los insectos de la bañera, soldados. Las putas de la tele, los universitarios, los sintecho que exudaban veneno entre los cráteres que les surcaban la piel. Todos eran soldados. 

Pero él no. No iba a servir de los 18 a los 42 y luego ser gaseado por las hermanas en el orfanato. No iba a dejar que le operasen para hacerle soldado. "Sólo es para dejar pasar el aire" le decían. Carroñeros, ratones, arañas. Ahora corre por el bosque. Las ramas tiemblan, las raices se pudren. Vonnegut tatuado en las palmas de las manos, el párpado izquierdo cosido, tapones en los oídos, el pulgar cercenado. Corren tras él los soldados. Una, dos embarazadas. Adolescentes. Ancianos. Una niña con las rodillas peladas reproduce la voz de la Abuelita Bondad cuando chilla.

"No voy a ser un soldado", llora. No uno como ellos. "Os mataré", piensa. "Os mataré en el metro, os mataré en los libros, os mataré en vuestras mentes, más allá del sol, a oscuras, y en silencio", piensa, mientras se lo llevan. "En la casa de los monos, en las salas de espera. El infierno callado, escondido, que siempre está alrededor. Los Invisibles lucharemos, tras el apagón, en el ojo de la tormenta. Pero sin soldados". Dice, mientras se lo llevan.