viernes, 26 de abril de 2013

Kiss Kiss, Bang Bang


Era una historia noir sin la ciudad de Nueva York. Sin una Manhattan traicionera o una Nueva Orleans de jazz efervescente, sin embajadas en Londres ni funerales en Berlín ni Rusia con amor, sin gran depresión ni más guerra fría que un intercambio de miradas en los vagones del metro.

El antihéroe, sin pasado turbio ni despacho, ni guantes de boxeo y moratones, sin palizas en el callejón de atrás ni ajustes de cuentas. No llevaba sombrero, gabardina o revólver, únicamente entornaba los ojos ante el sol que filtraba una de las ventanas de la vieja facultad, y bebía café, cruzadas las piernas, subrayando versos de Lovecraft. 

...Of sunset spires and twilight woods that brood
dim in the gulfs beyond this earth's precisions,
lurking as Memories of infinitude...

Nada parecía en ese momento fuera de lo común. No le prestaba atención al mundo, y el mundo tampoco a él, ni mucho menos, hasta que una sombra le tapó la luz del sol. Echando una mirada por encima de las gafas lo vio: el elemento noir que sostendría toda la historia, la mujer del cuento. 

"¡Por fin te encuentro! Me voy a ir corriendo, tengo que ir a clases de violín, ¿tienes...?" Se había dejado puestas las gafas negras y gruesas, el pelo, medio despeinado por el caótico subir y bajar de escaleras, conservaba no obstante cierto estilo. Y... ¿pintalabios rojo?

"...ese viejo chocho cada vez acaba antes la clase. Me he pasado toda la noche..." Un hombro al descubierto y la tira del sujetador caída. En una mano, el maletín con el violín, y en la otra, una bolsa con, presumiblemente, fresas o algún otro material involuntariamente erótico. "Es como muy pedante, ¿no? creo que tiene un rollo bastante fallido pero... oye, voy a sentarme, ¡ah, Lovecraft!" Se sentó y ojeó el libro. Al dejar el bolso en la mesa, otros tantos salieron de dentro. "Jo, es que el cafelatte está buenísimo, ¡ahora vengo!"

Se alejaba con ese paso que había visto en los libros. A veces el tiempo se confunde, pensó. El espacio y el tiempo se enredan y envían, por agujeros de gusano, a un hombre de las cavernas al renacimiento, a un alien al medievo o... a una femme fatale al siglo XXI. 

Prescindía de los clichés. Sin casarse con un viejo millonario, ni fumar cigarrillos, ni llevar navajas en el liguero, simplemente tenía el aura, las proporciones y las formas, tarareaba en francés, se revolvía el pelo nerviosa, reía como una cría, mientras el hielo del café se hacía agua y alrededor todo se volvía celuloide blanco y negro. 

"¿Me has traído lo que me prometiste?" preguntó. "Es que verás..." él no apartaba la vista del café aguado. "Lo escribí, pero no lo he publicado, tengo lo que es el manuscrito, pero no sé si entenderás mi letra y..." ella le cortó: "¡dámelo!". Leyó el manuscrito, mientras de vez en cuando decía en voz alta las partes graciosas. Su risa de niña le reconfortaba. Debería haber al menos una como ella en cada universo, pensaba él. Ya sabes, una femme fatale como Dios manda en el momento y lugar justos, para evitar que las cosas se salieran de quicio. O para, más bien, sacar las cosas de quicio y hacer la vida más divertida. ¿Qué sabría él?

"¡Mira qué hora es!" dijo, nerviosa. Y se marchó con el maletín, las fresas, el pintalabios rojo y todo lo demás. La veía alejarse de espaldas, pero aún así imaginó un tarareo: "Annie aime les sucettes..."