martes, 19 de marzo de 2013

Cronóvoro


Imagina una hormiga enganchada en una corriente de tiempo. Imagina que, atrapada por las antenas, la susodicha corriente (una mezcla entre movimiento de minutero y simple y vulgar viento) se lleva a la hormiga, de un lado a otro, dando bandazos, aterrorizando al pobre bicho. Decidiendo seguir esa marcha imaginaria, ese coup de dés (imprescindible la cursiva para dejar en la expresión un aura de elitismo de búnker), dí con mis huesos en una estación de metro. La corriente, en la que se adivinaba una mancha marrón oscuro que debía ser la hormiga, se había enroscado en un cartel luminoso, de aquellos que te indican cuando viene el próximo cacharro, que no es sino un asesino de tiempo. Restando, en forma de cuenta regresiva, la joven corriente de tiempo a su mínima expresión, me dejó la terrible visión de un ser hecho de segundos, cantando su última canción en forma de alaridos, llorando milisegundos con civilizaciones contenidas, y en su boca abierta hasta romperse, los restos mortales de una hormiga. 

Las afecciones humanas, en ese cementerio de tiempo, son sudorosas y de huesos porosos, moho en un cerebro colectivo que trasciende al tuyo, y al que debes dar gracias por soltarte cuando sales de allí. La pereza, antes tomada como un pecado, se convierte esta mañana en una salvación. En la cama, con el colchón descubierto y el cojín de látex desprovisto de funda, sin deshacer siquiera las maletas, me refugio del intento de humanidad. La humanidad, que se halla en mil lugares y momentos, viene a morir a la rutina, con la caja torácica abierta para no dejar contenido un solo sentimiento, y la mandíbula colgante para no soltar prenda. La rutina suele malinterpretarse como una serie de acciones. En realidad es más bien un recorrido automático, un número preconcebido de pasos antes de llegar a la boca de metro, que te digiere, convirtiéndote en ácido de batería, sin usar siquiera los dientes. 

La rutina como un viaje sin retorno, como el Horla que te acecha. La muerte es un vulgar concepto físico, y el tiempo es poco más que una moneda de cambio. La rutina engloba esos dos elementos, pudriéndolos y quitándoles cualquier destello liberador o romántico. La rutina es el camino tortuoso que te repite siempre los mismos muros, los mismos cables, las mismas putas caras largas, los mismos pensamientos funestos de nostalgia y contacto perdido. Durante un camino rutinario se presentan los pensamientos más incendiarios. Las ideas de los mayores genocidas surgen en viajes del transporte público. ¿Por qué no me llama? ¿Qué tiene de importante ese trabajo de mierda? ¿En qué momento se olvidó de todo? ¿Por qué esta puta gente no comprende nada? Cuando el "Mayor Tom", en su rareza espacial, pierde todo el contacto con la Tierra, sentado en su bote de hojalata, mirando el vacío de las estrellas, se lamentaba de su existencia y se decidía por romper toda conexión con su planeta, no imagina que ese virus de aislamiento y agorafobia cósmica acecharía pronto dentro del planeta. La mayor plaga cultural desde el reality show y el dubstep

Y la corriente de viento temporal, que muere entre llantos esperando al metro, me dice que me aleje. Su último alarido me dice que no hay salvación, que abandone toda esperanza. Una babosa hecha de tiempo devaluado implosiona en un cartel luminoso y nadie lo ve. Ahí se pudra. Un mono sorprende a todos en las vías del tren, cuando tras un flash y un último chillido compasivo, los espectadores no ven más que vísceras y algún que otro pedazo líquido de pelo sanguinolento y rojizo. Ese suceso marciano y simbólico consigue dar pie a una ruptura de la rutina, a punto de pegarme un tiro en el puto cráneo después de devorar a la corriente de viento temporal. Y en vez de alejarme, aprovecho que está a tiro y la rajo de arriba a abajo. Por todo lo que me ha hecho. Encerrada en una jaula de huesos del tiempo, bajo el eje de la realidad, regenerándose un día tras otro para que podamos matarla cuando gustemos, ahí queda la rutina, el hastío de la vida moderna, el monstruo desencadenado que Grant Morrison llamaría "cronóvoro", devorador de momentos en el tiempo, que banaliza toda existencia y convierte en fango cualquier corazón. Al fondo es donde yace. Y ahí, con suerte, se quedará, durante toda su puta existencia.