miércoles, 3 de octubre de 2012

Crónica de cafetería I

Bla, bla, bla. Jaberwocky, Mephistopheles, Lengua Española, cabeza que explota.

Virus de zombis que infecta palabros, Sófocles Satanislavsky, café en taza, personas graciosas.

Las de delante: una habla como si discutiera, muy sofocada, de pie, se pinta las uñas de rojo chillón y lleva una americana negra, sí, sí, pero su voz es sofocada y estridente, un diablo chillón que se ha colado en mi rango de visión frontal en este punto exacto del espacio y el tiempo, es inevitable pero no por ello deja de ser insoportable.

A la derecha una pared me mira con sus ventanas del blanco sucio de un hueso de elefante, ves las personas del exterior y puedes proyectar tu voz en sus bocas. "Soy un grandísimo sodomita", dice uno, "mi menstruación es dinamita", dice la otra, muy abrigada y con un peinado harto "casual".

Los camareros son buenos fans de los Beatles, escarabajos enviados por Merlín desde la tierra de Avalón. Tres grandes músicos y Ringo, eso fue así desde que nacieron las montañas, desde el principio de las cosas.

Los días del futuro pasado se mueven a la medianoche, tras un descanso para comenzar "supercalifragilística avanzada". Y esta universidad, esta facultad, esta cafetería, esta mesa, se convierte en un nido de cafeína, la dulce cafeína del fin del mundo, apocalíptica y temerosa, temible y temeraria, templada y tenaz.

Inverosímil todo. Muy inverosímil. Tan inverosímil, que poco a poco, lo llena todo de sentido.