lunes, 3 de junio de 2013

Suspiria


A veces casi me oigo pensar. Me refiero a pensar de verdad, no a tararear mentalmente ni a recordar triunfos sexuales mientras me aburro en el metro. Y por un momento he visto al monstruo del pasillo mirándome sediento entre los cristales. Un té en la madrugada y un cuento de Bradbury, y me marcho. Fuera de la consciencia de este agujero negro urbanita. De día, un ruido de coches y un olor a anonimato que te obliga a caer entre las grietas. Pero de noche... todo trabaja y sigue su curso. El monstruo onírico te mete en una tumba blanca. 

Y por un momento te alivia pensar que todos son putas voces en tu cabeza y tu existencia se solapa con optimismo sobre la ciudad. Se les abre el pecho y no hay más que humo y serrín. En la calle, unas enredaderas estrangulan con violencia los cimientos de los edificios. Quizás sea mejor así, con los lagartos trepando por un sitio y por otro. Una chica con minifalda, tacones y un pecho más grande que otro se sienta en el metro. Sus ojos son casi de reptil. Enfrente, un hombre obeso y grasiento suda y resopla como un cabrón al verla. Ella se incomoda. Mirándolo todo desde la esquina del vagón, tengo que reprimir la risa y el asco. Finjo limpiarme las gafas. Al salir, una vieja asquerosa con un peinado ofensivo me mira desde el otro lado del semáforo. Dios, quiero que se caiga por una puta alcantarilla. Abre la boca unos segundos y los dientes son amarillos. ¿Hace cuanto que dejó de esperar?

Huelo las noches de verano a las puertas del fracaso. Me veo agujeros negros entre los poros de la piel. Intento enfriar estrellas enanas, huir de mi legado, detener el tiempo, atraer tu atención. Yo sólo quería llamar tu atención, ¿recuerdas? Te metía mano en esos días y ni te importaba. Momentos felices que nunca viví. Pero todo se acabo, no me quieres ver ni oír. Me disparan en un callejón entre la niebla. No me dan: yo soy la niebla. Soy, de noche, el culto olvidado a un bicho esculpido en un monolito. 

El último juicio, la última opción. Les escupo en la cara, me lanzan a una supernova, despierto sobre los apuntes. El monstruo del pasillo susurra insultos en ruso. Un susurro que es como una cuchilla, habla entre los movimientos del reloj. Los ojos abiertos toda la noche, y la mente en blanco al día siguiente. No me interesa el puto engaño al que llamas realidad. Yo nunca estuve aquí. Ya nada tiene sentido. Las cosas se caen y explotan. Sonrío cuando me despiertas en el hospital. Mi cara vendada, sólo te veo por un ojo, y los huesos hechos pedazos, y tú llorando de forma violenta. La resistencia es inútil. 

No, nunca estuve aquí.