lunes, 29 de octubre de 2012

Las Tripas del Mundo


Hace mucho tiempo, las tripas del mundo confluyeron en un punto concreto de la Tierra. Se hicieron un nudo, una masa de vísceras estelares enmarañadas, con el hedor de la fantasía. No sé darte una coordenada exacta (este humilde narrador es sólo una polilla), pero sí que podría decir que fue en cierto fumadero de opio del East End londinense.
¿Que qué pasaba allí? Tantas y tantas cosas... Conocí a un hombre que se arrastró allí a morir. Lo había perdido todo en una serie de infortunios: juegos de azar, incendios, decapitaciones accidentales de seres queridos, mascotas con balazos, abandonos de toda clase. Recuerdo lo último que hizo. Su cabeza ladeada hacia atrás, la boca abierta, aspirando el olor de todo aquello, con los ojos inyectados en sangre que me seguían mientras revoloteaba a su alrededor. Buscaba la excitación que me produciría el ver su alma salir del cuerpo. Al final, solo gimió y soltó la pipa que sostenía en la mano cuando se le relajaron todos los músculos. Creí ver su esencia escapando por la boca, pero no. Era humo, sucio humo. Las polillas entendemos de esas cosas.
Fue entonces cuando lo vi todo. Las tripas del mundo habían llegado. Olí la carne. La carne descompuesta, carne de gallina, carne de cañón, carne fresca de humano desesperado. Todas las épocas y todas las tierras y todos los senderos confluyeron allí. Confluyeron incluso los mitos, los más perfectos y los más terribles, y el fumadero se extendió hasta el tamaño de un colosal satélite de Júpiter (me aventuraría a decir que Ganímedes). Monstruos de humo devoraban gángsters, Marilyn bailaba con indios navajos, Bradbury, al que vi nacer y morir (lloré en ambos momentos) estaba también allí, en forma de recién nacido, en los brazos de una geisha.
Del fumadero solo quedaba el humo y cierta sensación de rareza, y un olor intenso a azufre y lavanda. Todo lo demás era nuevo: hombres esféricos, cartas de póker, tiempos de verbos que no existen, laberintos infinitos de cristal opaco que se empañaban con respiraciones de muñeca y pulsaciones a cien por hora.
Pero las tripas del mundo al final se desenroscaron y todo volvió a la normalidad. Ocurrió todo en un parpadeo.
A veces un pequeño abrir y cerrar de ojos justifica toda tu existencia. Aunque seas una polilla.