lunes, 15 de octubre de 2012

Historias turbias: Hormigas en la Polaroid

La calle no estaba muy lejos. Sólo debías doblar una esquina y seguir recto, y en seguida te encontrarías con la tienda. Una tienda con un viejo toldo, de un amarillo sucio, bastante raído, que rezaba "Polaroid" y no se qué más. Al lado, un pequeño cartel, que por una parte decía "fotos de carnet" y por la otra decía "vagas". No tengo ni idea de que significaba. Al entrar, el panorama era desolador, casi post-apocalíptico (la Real Academia considera más adecuado, desde 2010, usar pos en lugar de post, pero no puedo vivir sin el encanto de esa te final).


Escondida a la derecha, había una pila de películas en vhs. Películas Disney, extrañas películas desconocidas, e incluso me sorprendió una de John Ford, que ya tenía por ahí en uno de esos packs de cine clásico que me dejaba sin ver. A la derecha, una pequeña estantería roja con el encanto de una cucaracha. Tenía pegatinas de héroes Marvel horriblemente diseñados, algunos incluso no existían (un Spiderman chica con coletas). Depositadas en la estantería había muñecos pequeños. Figuras horribles. Un Jack Sparrow extraño, de plástico blanco, la cara de Johnny Depp transfigurada en un alarido de color carne pálido y tumbado hacia un lado.



Y enfrente estaba el mostrador. Tras el mostrador, montones de accesorios para fotografía, y marcos llenos de fotos de niños extraños que nunca conocerías, esas fotos de prueba, por no dejar un espacio en blanco donde podría ir tu cara. Sin embargo, otra cara fantasmagórica e infantil había violado el espacio donde iría la tuya. Salió a atenderme una mujer. No muy mayor, pero desgastada, infeliz.



Se me olvidó mencionar que iba allí a por unas fotos de carnet. La mujer me dijo "pasa". Entré en una salita aún peor. Había una silla, y alrededor un caos de objetos atemporales. La cámara, sobre un viejo trípode, estaba a un lado. Repartidos alrededor de la silla había un caballito de madera, para los niños, objeto siniestro donde los haya. También había por allí un pequeño sillón con forma de mano. Una pequeña mano verde y abierta. ¿Qué niño se sentaría allí? Imagino la mano apresándolo y espachurrando al pobre crío. Si perder ese verde chillón, inmune a la sangría. Por último, varios fondos temerosamente horteras, y el consabido fondo blanco para las fotos de carnet.



Cuando me senté (no sobre la mano verde, eso ni en sueños) la mujer lanzó un flash. Fue a enseñarme como había salido la foto. "¿Así?" me dijo. En la foto apenas se me veía: mi cabeza aparecía en su mayoría reventada, con un gran agujero, un globo ocular colgando, trozos de pelo aquí y allá, y restos de la mandíbula que parecían pender de un hilo. Lo más extraño era el fondo blanco: estaba impoluto. "Creo que no me gusta" le dije. "La cabeza está reventada". Refunfuñó y me hizo otra foto.



En la siguiente foto mi cabeza estaba abierta por la mitad, formando una especie de uve. Le pedí otra. La tercera pareció mejorar: sólo me faltaban los ojos y los labios, que dejaban mi dentadura al aire. Por no acabar sacando de quicio a la mujer, le dije que aquella valía. Esperé unos minutos mientras imprimía mis seis fotos de carnet (seis mas una grande). Durante la espera decidí preguntarle por las fotos. "¿Por qué su cámara hace eso?". "De pequeña aparecía en las fotos de prueba de los marcos, y eso me da privilegios" dijo seriamente. "La cámara fotografía líneas temporales diversas, futuros posibles, acontecimientos errantes y oscuros". Le contesté con un vago "ah". Me sentía más tranquilo al pensar que eran futuros posibles pero paralelos. Me dio las fotos en un sobrecito y me cobró.



Volví a casa pensativo, pisando varias hormigas sin querer durante el camino.