jueves, 10 de enero de 2013

Amanda Ray


Desde que soy filólogo aficionado he desarrollado multitud de aficiones que llenan mi tiempo libre. No obstante, la que realmente me apasiona es la de recuperar textos perdidos. Nombres que resuenan en muy pocas cabezas, panfletos amarillentos de letras ilegibles, palabras de gentes perdidas en el tiempo. Personas perdidas en el pasado... o en el futuro. Recupero textos de todas las épocas. 

Mi último descubrimiento fue una joven evasiva y rezumante de misterio. Dejaba pistas aquí y allá en cada época. Algunos se aventuran a afirmar que le gustaba veranear en el siglo XIX, pero nunca he podido encontrarla allí. Su verdadera esencia estaba esparcida por la historia, pero si te detienes un momento y cierras los ojos, si sabes donde buscar, si abres tu cabeza y dejas que el sol y las estrellas y el universo entero entren, puedes oír sus latidos. Los latidos de Amman-Daräi, un ser infinito de otro mundo, que aquí vino a hablarme a través de una joven. No era casualidad que el nombre de aquella fuese Amanda Ray, dicen que Dios no juega a los dados con el universo. 

Encontré publicadas sus palabras, fue relativamente fácil dar con ellas. Pero di con ellas enterradas en el mayor de los caos. Aquella no era la chica: estaba sepultada entre un montón de comas, espacios, puntos y seguidos, puntos y comas, y signos de puntuación que no eran suyos, se le habían impuesto a desgana.    

Al final conseguí encontrarla a ella. No sé si estaba allí, o era un viaje de opio, una película inacabada, un sueño o una alucinación propia de una experiencia cercana a la muerte. Pero allí la vi, mientras me susurraba sus palabras. Sus temores, su optimismo. Tenía potencial. Era inexperta, titubeante, pero tenía potencial. Alguien que merecía cruzar el umbral de las dimensiones y entrar en todos los mundos. Esa noche abrí una puerta, el mundo me habló, y yo, por supuesto, escuché. Estas son sus palabras puras, sin obstáculos, sin artificios. Esta era ella. 

Me siento en la cama intranquila, pues acabo de percatarme, mi futuro cada vez más
cercano, está en la puerta y aferrándose con las manos asoma los ojos y me mira.
Me mira con ojos juguetones.
Cada vez queda menos y mi tiempo esta doblando la esquina, pero ÉL me ayuda. Siempre me 
ayuda, con sus besos tiene el poder de parar las manecillas de cualquier reloj traicionero.
Me da ventaja en esta cuenta atrás, pero aun así el futuro acabará cruzando el umbral de la 
puerta, y mi corazón se acelera al pensarlo... ¿y si sale mal? No lo sé, solo puedo esperar aquí.
Bajo la mirada, esquivando aquellos ojos traviesos, pero nadie puede evitar lo inevitable y sin 
quererlo, vuelvo la mirada a la puerta y de repente lo veo, ¡el futuro estaba guiñándome 
un ojo!
Me levante de la cama de un salto, impulsada por una fuerza desconocida, algo dentro de mi 
había cambiado mis planes, iba a esperar, pero no allí sentada.
Así pues, os dejo, tengo que ir a hablar con mi futuro.