jueves, 22 de agosto de 2013

Solo un Animal


Él era un tipo grande y retrasado, con unos dientes enormes y separados y unas manos que aplastaban cabezas, se llamaba Billy Crom. Era en el barrio poco más que un monstruo, con sus ojos desorbitados y pelo grasiento, su porte encorvado de gorila, fue ignorante y jovial durante un tiempo, pero había crecido y ya no le dejaban acercarse a los críos, supongo que era por su aspecto siniestro. Tenía voz de niño, pero era mayor, bastante mayor. Aunque era tonto de remate algo tenía en la cabeza, una especie de destello de lucidez, y cuando se veía a sí mismo sentía que no podía desperdiciar su vida útil. No quería verse reducido a caminar por la calle con papá, de la mano, gritando y llamando la atención de los vecinos y yendo a malditos colegios especiales con gente con la cabeza más rara que la suya. No, no, que va. Pobre papá, sus gafas tristes, su bigote canoso, su dolor de cadera. Debía ayudar a papá, y así se dedicó a ayudarle en la tienda de clavos durante una larga temporada. 

Con el tiempo se fue a ayudar al taller de su tío. Era enorme y fuerte y podía cargar con cualquier cosa. Tenía una memoria fotográfica y reconocía todas las herramientas. Con el tiempo acabó correteando por el taller rápido como un mono, los clientes no veían ese sitio sin él. Y una cliente era especial: la señorita Marla, que venía a arreglar su mini, o a acompañar a su marido a arreglar el mercedes. A Billy Crom no le gustaba el marido de la señora Marla, porque siempre llevaba su traje de rayas y sus dientes juntos, y la carne flácida y roja alrededor del anillo de casado, y su gomina resplandeciente, y sus ojos, pequeñas bombillas, luces distantes. Además otra razón era que a él le gustaba la señora Marla. Era elegante y le trataba bien, no como a un mono a un niño de cinco años. Por eso se acabó acostando con ella. 

Billy Crom, decían en el barrio, estaba bien dotado. La señora Marla lo acabó sabiendo, aunque no podría decirlo porque obviamente era secreto. ¿Cómo llegaron a aquello? Supongo que fue un cúmulo de cosas. Pero ella le dominó. Espérame al lado de la Iglesia, Billy Crom, decía ella acercándose a él. Ella lo manejaba todo pero él era una bestia cuando follaban. Desnudo en el cuarto del motel, haciendo todo eso, no se le diferenciaba de un animal. Billy suponía, por cómo le trataban y miraban, que él era al fin y al cabo un animal. Follaba y sudaba como un animal y la señora Marla lo sentía. Él aullaba como un animal encima, mientras se agarraba al cabecero de la cama. Y ella no podía más que verlo venir y le arañaba la cara. A oscuras no era tan terrible. Pronto todo se descontroló. Ella le vio el rostro a la luz de las farolas de fuera, y miró hacia otro lado. La bestia le agarraba la cara para que le mirara. No soy un monstruo, solo un animal. Al fin y al cabo ella le había llevado a eso. ¿Por qué taparle el rostro? Quizás sólo quería verse dentro de una inmensa fuerza de la naturaleza. Un tornado, una bestia como Billy. Quizás su marido a ella también le repugnara. Son hombres como aquel los temibles, y no los monstruos. Quizás pensó en todo ello antes de morir. 

La policía encontró el cadáver poco después. De Billy Crom poco se supo. A veces lo ven en el bosque. A veces lo ven en sueños.