lunes, 16 de diciembre de 2013

Scandinavia


Me convertí en una noche de invierno. Volví a tener el sueño, ¿sabes? Ese en el que yo caminaba entre unas ruinas, y los ojos me fulminaban y todo eso. Te lo he contado varias veces. Ahora la cuestión es que me levanto y parece que es otro tipo el que maneja mi cerebro. Bebo más café de lo habitual y visto más oscuro y siento más frío. ¿Sabes que los alemanes tienen una palabra concreta para describir la sensación de estar solo en el bosque? "Waldeinsamkeit". Lo recuerdo cada vez que veo el bosque desde el tren. Últimamente los sentidos me zumban constantemente y no se por qué. En la ciudad, el frío amenazante, la asfixia, los gérmenes del metro, todas esas cosas me despiertan la sensación de que todas mis partículas se van a dispersar y se van a largar por ahí.

Ahora sueño con el bosque. Pero el maldito bosque está atestado de gente. Todo cubierto de carne y ojos, toses, apatías. No puedes moverte sin rozar a nadie ni a nada. Y entonces son las partículas de todos ellos las que se dispersan. Mira, el verdadero problema es que no sé distinguir qué es lo que esta ahí, lo que existe, y qué no. El tiempo es una amalgama. Y es entonces cuando me bloqueo, porque salgo de la existencia completamente. Sólo veo, en la noche, un montón de imágenes aisladas: animales en formol, agujeros con hormigas, castigos crueles... Aunque ahora me pasa mucho menos. En verdad estoy mejor, aún así sigo teniendo el problema de no saber cuándo existir y cuándo ser partículas y niebla.

Pienso que a veces sólo vivo la realidad a saltos. Salto hacia un momento auténtico, real, y luego me pierdo entre humo y espejos. Sueño con los bosques, con la nieve, con las colinas, en llamas, atestadas, pero es agradable. A veces apareces entre el hielo y la nieve. Y la nieve se evapora esas noches. Y tú te deshaces, pero las partículas siguen danzando, cantándome al oído. Todo son partículas. Todo son retazos, espejos que se enfrentan y de repente son mil reflejos y ojos. 

La ciudad algunas noches se ve en blanco y negro, bloques grises y angulosos, y luces, y neones, y fieras, hasta donde alcanza la vista. Llevo ya un tiempo allí. Hasta que me sacas, hasta que salto a ese punto real. Antes de ese momento no recuerdo qué pasaba. Nunca llegué a entender mis propios saltos, mis quintas dimensiones; pero se hizo divertido, el invierno, el jazz, los recuerdos, las cartas. Yo también la encontré, ¿sabes? Cuando me decidí a poner en orden mis cuentos de ciencia ficción inacabados. Espero que la que yo te di fuese mejor que aquel borrador. Lo sentí eléctrico, temerario, visceral. Me gustó encontrarlo. 

También lo veo todo como un caleidoscopio. Todo es luz y movimiento. Y colores. Tu color rojo, la noche de invierno blanca. El rojo sobre la blanca inmensidad. Inmensidad. Lo inmenso de una noche de invierno de madrugada. Creía escribir ciencia ficción, y acabé hablando sobre ti. Las partículas se comportan de forma curiosas, escondiéndose, como muñecas rusas, asomándose entre las esquinas de mi cuarto, formando tu figura, robándome el café, lanzándome al sueño del bosque, a los cuentos inacabados, a los laberintos, a las bibliotecas. Me convertí en una noche de invierno. Y desde allí busqué, por las esquinas de lo real.