martes, 6 de noviembre de 2012

El Origen de los Espacios



Tarántula era un hombre fino y huesudo,
vestía de negro su cuerpo menudo.
Tarántula flotaba en suspiros del limbo,
de niños perdidos y viejas con hipo.
Tarántula reía con miles de dientes,
a veces en su boca bailaban ardientes.
Tarántula bebía licor de manzana,
saciaba la sed en vasos de plata.
Tarántula era ciego y con piel de rana,
olía mujeres desde la ventana.

Tarántula volvía tarde del trabajo,
subía a su piso triste y derrotado.
Tarántula dormía en su cama de hierro,
de un modo u otro soñaba contento.
Tarántula sentía nacer la mañana,
con pies pesados dejaba la cama.
Tarántula viajaba en un metro ordinario,
no pagaba nada por ser imaginario.
Tarántula escuchaba chirríar las vías,
su ciudad flotante aguardaba cada día.

Sus dedos eran largos como patas de araña.
Con gran velocidad cada día tecleaba.
Tejía historias en redes muy largas.
Nadie lo sabía pero él las creaba.
Y días tras día, la ciudad flotante esperaba.



Tarántula tejía historias bonitas:
un perro y un hada jugando a las damas,
visitas de un corsario a la casa de un Lama,
la historia de una vela que se enciende soplando,
el romance entre soldados de distinto bando,
un cuadro con vida donde baila el dios Baco,
historias que siguen en cajones cerrados,
que al fin y al cabo vuelan, violentas,
surcando los espacios.

Una niña miró a Tarántula en el metro.
Pareció confundida, en cierto momento.
Al cabo de un rato, soltó una carcajada.
Tarántula miró, sin comprender apenas nada.

La niña sonrió emocionada, y el buen Tarántula...
¡Oh! Lo sintió en el alma.
No había en él duda ni remordimiento.
¡La ciudad! Vino el momento.

Ahora Tarántula volvía a la vida:
su patio de recreo, ciudad de arriba,
sentía la historia fluír en sus manos,
llegaba a su casa montado en el viento,
su alma esperaba, sentada las nubes,
la sintió allí y quiso gritar...
pero no salió una sola palabra
¡se parecía tanto a lo que solía soñar!


Sólo miró un momento hacia abajo,
y vió el regocijo que había creado:
historias perfectas flotando en el aire,
algunas incluso fluyendo en los ríos,
otras de pronto bajando montañas,
algunas vivían debajo de las rocas,
otras se enredaban en los rayos de sol,
y con las estrellas fugaces en la noche caían,
se insertaban en los márgenes de páginas en blanco,
en esquinas de pupitres de un verde sereno,
conservaban su ritmo y su fino sentido.

El hombre menudo lo había logrado,
insertó su memoria en cada débil espacio,
creando enredaderas de palabras y frases,
de exclamaciones vivas y violentos tacos,
de fría belleza y ardientes relatos.

Todas sus historias brillaban en el tiempo,
bajaban al mundo flotando despacio,
fue su regalo a un planeta extraño,
había creado un origen:
el origen absoluto de todos los espacios.