sábado, 5 de enero de 2013

Ensayo sobre el azúcar


Hace horas que mi piel cuelga del armario. Me decidí por arrancarla a tiras, cuidadosamente, intentando quitarla toda de una vez. No ha sido tarea fácil. Pero finalmente, ahí está, colgante y tenebrosa, cubierta de termitas, lo que hará imposible que se me vuelva a injertar. Ya ha perdido todo el color carne y ahora parece un trozo de cecina putrefacta y reseca. 

Sin embargo, he dejado toda la piel de mis dedos. Los dedos, y toda la piel de la cara, a modo de máscara, siguen ahí. Los necesitaba para escribir sin llenar el teclado de sangre reseca, y además no tenía ganas de arrancarme las uñas. Todavía puedo hacer que se toquen unos con otros, y se noten suaves y delicados. Ahora teclean a un ritmo vertiginoso, como pequeñas patas de araña descontroladas, bailando por el teclado, sin descanso. 

Te preguntarás de donde vino una idea de tan mal gusto. Verdaderamente, todo llegó a partir de un pensamiento que me ha obsesionado últimamente: el dolor ayuda a escribir. No sólo a escribir, por supuesto, se entiende también a todo tipo de creación artística. Es un hecho irrefutable que el dolor siempre ha ayudado a crear. Como verás, la idea me obsesiona sobremanera (¡hasta el punto de arrancarme la piel!), pues también surge una complicada pregunta: ¿qué vino primero? ¿Ayuda el dolor a crear arte, o la creación ayuda a paliar el dolor? Sin duda es una pregunta incontestable, supongo que depende del nivel de optimismo de cada uno. 

Si recurrimos a la historia, es seguro que el dolor ha ayudado a crear grandes obras. Cuanto más aumentaba la locura de Van Gogh, más bellas eran sus pinturas. El Lobo Estepario, de Herman Hesse, se reduciría a dos o tres páginas si omitiésemos todo el sufrimiento y la angustia existencial. Sin el dolor, se habrían perdido tantos y tantos blues. ¿O acaso prefieres al Goya que pintaba rococó antes que al viejo sordo ermitaño que ilustraba aquelarres, dioses devoradores y perros ahogados? ¿Dónde quedarían esas pinturas negras de infinito magnetismo? 

Queda demostrado así que el arte se alza en tiempos de hambre, enfermedades, miedo, temor. El sufrimiento ayuda a crear arte, y el arte, a combatir el sufrimiento. Es una espiral eterna, ascendente, la creación y el dolor se nutren hasta el infinito. ¿Quién dice que, si existe un Dios, no creó todo ésto para dejar de sufrir? No pienses que es un sádico. Creó la vida, la naturaleza, las artes, la esperanza, todo para dejar de sufrir. Y el sufrimiento le ayudó a crear seres y lugares extraordinarios. Pero, ¿por qué sufría Dios? Supongo que por ser la Nada. Se cansó de no existir. Y eso nos pasa a nosotros. Por eso creamos. Un día, nos despertamos hastiados de que nuestras ideas no existan y tenemos que llevarlas a cabo. A veces, creando sólo para ahuyentar el dolor, para levantarnos con fuerza. 

Nos atrae infinitamente el dolor, más que el amor o los mundos utópicos. Ejerce una extraña atracción. Dicen que los que más hablan del amor son los que menos lo conocen. ¿Ocurre también con el sufrimiento? Puede que los que más dolor sienten sean los que más disfrutan de la felicidad. Y esa felicidad, ese amor a la vida, es lo que se deja ver cuando uno crea arte a partir del dolor. La esperanza de quien se niega a caer entre las grietas. 

Por fin, por fin comprendo que el dolor nunca existió. Con piel o sin ella, me voy decidido a unirme a la perfecta ilusión que es el mundo. Y me expando a las estrellas cada vez que mis dedos, como patas de araña, escriben sin descanso. Bailando, como decía Bradbury, bailando para no estar muerto. 

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