lunes, 25 de febrero de 2013

Motivos para estar contento




Querida Helvética,


Es la primera vez que me atrevo a hablarte desde que somos mortales, y aún así lo hago por carta, como un cobarde. Desde la perspectiva mortal parece que hace siglos que no te veo, aunque verdaderamente pasáramos juntos una eternidad, o incluso dos. No lo recuerdo ya, sólo puntos perdidos en el tiempo, desplazados aquí y allá en la memoria. Recuerdo haber asistido contigo al fin de la Tierra, no sé cuantas veces ya. Recuerdo haber visto morir a la realidad misma del universo más de una vez. Recuerdo tantas cosas. ¿Te acuerdas tú de las cazas de brujas, la polución, el Colisionador de Hadrones...? 

Sin embargo todo parece ilusorio, aunque tus mil muertes me conmovieran todas por igual. Lloré como un crío en cada una de ellas. No sé que harías las veces que me sobrevivías tú a mí, pero tampoco importa. Sé que a veces coincidimos y nuestros recuerdos se entrelazan. Recordé aquel futuro, aquel fin del mundo en el que los volcanes lo consumían todo. Vi Brasil. En Río de Janeiro, la estatua del Cristo Redentor se desplomaba entre las llamas, y los dos brazos caían a la vez. El Redentor se quedaba manco mientras sus manos se perdían en el fuego. ¿No éramos tú y yo como esos pedazos de piedra inertes cayendo hacia quién sabe dónde?

Matamos a otros dioses como nosotros sin tener en cuenta las consecuencias. Permitimos que nos quitasen la vida eterna con tal de cruzarnos alguna vez en nuestra forma mortal. Me siento en el Retiro, junto al lago en el que ahogamos a tantos en otra realidad. Espero apoyado en Bisagra, la puerta que corona ese ángel al que engañamos para dejar entrar a la Peste, cargada de enfermedad y miedo. Y visito, siempre que puedo, los lugares en los que alguna vez nos han matado. La colina donde nos comieron aquellas serpientes. La plaza donde nos lapidaron. Esa estación de metro que se nos cayó encima. 

En cuanto nos conocimos te enseñé a disparar. Ponía mis manos sobre las tuyas, que sujetaban el revólver, y te decía que apuntases con el corazón. Y tú me decías: "enséñame... enséñame a matarlos a todos". Queríamos matar a los cabrones que fueron capaces de crear dioses tan crueles como nosotros. Balas a través del espacio y el tiempo destrozando cabezas de dioses enfadados. La rabia que dura toda la eternidad desaparece cuando te haces humano. Cuando sabes que tienes una cantidad ridícula de tiempo para vivir, empiezas a pensar que es mejor vivir tus días sin rencor, sin la cabeza gacha y los dientes apretados. Empiezas a buscar el reverso luminoso de todo, sea donde sea. 

No importa que seas un antiguo dios cruel o un tipo que escribe algo metaficcional. Da igual que le escribas a una diosa desaparecida o a la suma abstracta de todo a lo que has querido alguna vez. El mensaje se extiende igual por cualquier campo. Y ésto soy yo ahora, convertido en mortal, sentado en el retiro con el aire de la tarde rozándome la piel. La piel que quiere abrirse y soltar todos los fantasmas. Por eso te busco, Helvética, y lanzo mi carta al agua. Porque me haces pensar en si no somos todos poco más que materia viajando de un lado a otro, una imaginación de nosotros mismos, fantasía dentro de realidades que se esconden unas dentro de otras como muñecas rusas. Me haces pensar en si no somos la mejor puta fantasía jamás escrita. 

Y aquí estaré, esperando en el Retiro a que las lluvias torrenciales vengan a recogerme. No puedo irme de aquí, porque estoy seguro de que en esta realidad aún sigues en alguna parte. Las mil muertes a las que nos sometieron no son nada, comparadas con los pocos pedazos de tiempo que nos han dejado. Eso es todo, me quedo aquí un par de horas más, pendiente de tu llegada. Llevo puesto una gabardina gris y fumo sin parar, igual que John Constantine, para que me reconozcas en seguida. Y sí, eso último es de un cómic, porque sabes que en fondo soy igual que siempre. Con los poderes de un dios o sin ellos. Espero que sigas bien.

Un saludo,

Denny Colt




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