miércoles, 24 de julio de 2013

El Dolor Fantasma


Hace tiempo que sueño con tarántulas y malos presagios. He doblado mis capacidades cognitivas y monto guardia el doble de tiempo. Duermo apenas unos minutos, sueño apenas unos segundos. Imágenes borrosas de todo tipo de arañas. Codificadas, con puntos de luz que me nublan la vista del cerebro, pero que dejan entrever multitud de patas entre destellos y nubes. El cuerpo es ahora una vaga extensión del cerebro. Escucho el aleteo de las moscas que suspiran por la carne podrida. A veces cierro todos los canales y aún así sólo veo moscas, volando entre tonos marrones, la película más sucia de Peckinpah. 

Hay muchas cosas que guardar estos días. Tantas cosas por las que montar guardia... Veo a los otros guardias y un escalofrío perturba toda mi forma astral. No hay nada que siente peor a las formas astrales que los escalofríos. Piensa en ellos como una especie de interferencias. Imagina un fantasma, hecho de nada, aquejado de temblores y escalofríos. Su forma va y viene constantemente, interferencias perturbando la nada. Y eso es lo que "siento" al ver a los otros guardias. Ellos son veteranos, y por tanto más fantasmales que yo. No son fantasmas blancos como la leche, ni suspiran, ni se quejan. Antes susurraban entre ellos, las horas muertas, en la lengua de los fantasmas. Ahora sólo veo los ojos. Dos puntos de luz que se alteran. 

Y sigo viendo patas de araña. Se tornan del color de la carne, se vuelven cortas y gruesas, les salen uñas. Se convierten en en dedos de crío. Los dedos que arrancan los otros tipos, los que dan miedo, y por los que vigilamos. El cementerio indio cayó, y el orfanato, pero aquí en el castillo seguimos cuatro o cinco. Fantasmas antes de tiempo, proyecciones. No podríamos hacer nada contra los otros tipos, pero hay que montar guardia. A veces me gustaría que todo terminase y dejar de montar guardia. Volver al otro plano. Aceptarlo todo. Dejarlo todo en otras manos. Ver como crecen enredaderas sobre el carbón, los escombros y las tripas. Pero guardamos el castillo. Un castillo de ruinas fantasmas, de escombros invisibles, sobre pilares de luz y dolor fantasma. 

¿Has oído lo del dolor fantasma? Cuando te falta un miembro y te sigue doliendo. Cuando te pesa más que nunca. Y a veces crees que aún lo tienes ahí. Pienso en los fantasmas como una extensión de toda esa cosa. Ese dolor extendido a todo el cuerpo despojado y perdido. Amenizo las horas de guardia pensando en un cuerpo que me espera, el tuyo, para que me deje bailar, en forma astral, con el humo de tus cigarrillos, y arrastrar mis cadenas al son de tus tacones, y esconderte el pintalabios, y susurrarte cosas terribles y bellas en tu tocadiscos, en la lengua de los fantasmas.  

Y los otros tipos susurran en su lengua, en este instante, entre los muros del castillo. No son hombres ni fantasmas, ni esqueletos ni animales ni demonios. Ojalá fueran tan sencillos. Los otros fantasmas dijeron que eran simples errores. La única vez que me di de bruces con uno sólo vi un borrón oscuro. Una mancha en el tiempo. Si nosotros, las extrañas proyecciones de ectoplasma, somos espinas sobre la espalda del tiempo y la existencia, supersticiones, anomalías y vagos recuerdos, los otros tipos son un cáncer horrible en las entrañas del mundo. Son el mal de los hombres y el temor de todas las bestias. 

Los otros fantasmas desaparecen, apartados de la existencia como moscas. Moscas sobre tonos sucios y tristes. Y por fin veo las arañas, corriendo entre las ruinas del castillo. Crecen las enredaderas, las orquídeas, brotan manantiales de las bocas de los monstruos caídos. Y todo se funde con las ruinas del castillo, mientras les distraigo, mientras se ocupan de mí. Y caen bombas que se detienen en el aire y veo líneas erráticas que las conectan y las atan. Y el mundo no atiende ya a conspiraciones ni a ritos. El último fantasma se cae también de la existencia. Por un momento me siento bailar al son del humo de tu cigarro. Aunque al final me arrastro y veo... mi mente. Y la tuya. Y todas. 

Pero eso no importa porque, por un momento, me siento bailar al son del humo de tu cigarro.

Como un fantasma.