Ella camina entre espirales en el cielo. De noche las pupilas reflejan dos estrellas polares. Ella camina entre las rocas al fondo del lago. Los hombres de la mafia, helados en el fondo, vuelven a la vida. Ella camina entre las llamas del bosque. El fuego es azul y acaricia los árboles. Ella camina, sin abrigo, en el invierno nuclear. Su simetría convierte los nervios en ramas y los pulmones en arena de playa y polillas. Siempre odié su simetría.
Camina entre belleza, de cristales rotos y balas de plata. Lleva un silbido tenue y perfecto, como sueños, sueños adolescentes en technicolor, o sueños del lecho de muerte, fábulas de Venecia, campos de maíz, cerezos en flor. Yo abrazaba lo asimétrico y lo distante. Las gotas de vino corriendo entre la carne rota, las máquinas de escribir enfermas, los rollos de celuloide ardiendo. Y un día ella aparece, de entre el humo y los espejos, de los senderos que convergen, de la estrella polar a esta parte, y debes seguirla.
Seguirla por los túneles, seguirla entre acantilados, en las playas, de noche, entre asteroides, en las profundidades, en las alturas. Hasta que el tiempo sea una ilusión y la tierra bajo los pies se diluya. Se abre el suelo y caes entre espejismos. Entre agujeros negros. Entre voces. Entre rayos de luz. Hacia abajo, muy en el fondo, y más allá. Y entonces abajo se convierte en arriba, todo cambia, como una implosión, todo se devora a sí mismo. Y el más allá es menos. Te vuelves negativo, espectral. Y ella camina entre belleza.
Sigue soplando el viento, susurrando cosas extrañas. Sigue susurrando a los incautos, prometiendo simetría en medio del caos. Yo nunca quise su simetría. Ellos nunca quisieron morir colgados del cerezo. Nosotros nunca leímos en los huesos. Pero tú... siempre buscaste armonía y realidad. Ahora viene la nieve y la sangre, arriba en las montañas. Y ella, como siempre, está allí. Y camina. Camina hasta más y más allá, y nunca parará. Camina entre belleza.