Aquella tarde, los niños encontraron una rata. La introdujeron con valentía en el parque desde un solar cercano, en volandas, con el cuerpo encaramado a una rama que el presunto cabecilla del grupo de niños sostenía.
Escenario: parque de ______, primeros días de otoño. Los árboles, brillantes, entorpecían la visión general del parque desde la terraza contigua. Aún así, ese era el único lugar del barrio que ofrecía una vista aérea privilegiada de la mayor parte del parque.
Narrador: mitad omnisciente, mitad testigo. El episodio de la rata flotando en el charco necesita sin duda licencias poéticas que aporten consistencia al hecho, que por otra parte, es totalmente veraz.
Las madres de los niños, en la segura distancia que les ofrecía el banco de aquel (para ellas) confuso y aterrador mundo de los infantes, gritaban:
-¡Suelta eso!
-¡No te acerques al agua, que te vas a infectar!
-[diálogo irrelevante]
-¿Nos vamos? ¿¡Nos vamos!?
Durante apróximadamente una hora, el cántico de las madres proseguía. Infección, baja de ahí, acércate, no toques eso, ¿ébola?, merienda, no, no, no, NO.
Las niñas se acercaban curiosas al portador de la rata obviando los tirones del pelo en el colegio el día anterior. En el grupo de niñas destacaban dos que aquel día, por casualidad, llevaban cada una una camiseta con una estrella roja en el pecho, ante el refunfuño comedido de sus respectivas madres.
Transcripción de los diálogos de los niños:
- ¡...se ha encontrado una rata muerta!
-¡Qué asco!
-¡Tirádselo a las niñas!
-[balbuceo]
-¿Dónde la has encontrado?
-[risa inesperadamente adulta]
-¡Pero si es solo media rata!
-¡Mariquita!
Detrás: sonidos de triciclos con irritantes ruedas de plastico duro hueco, balonazos desgastados, mentiras piedosas de las madres conversando entre ellas. Comprendí que la rata, por lo que decían los niños, estaba muerta. La lejanía del balcon y la emergente miopía no me permitían conjeturar el estado de descomposición del animal. Ni aún yendo a por las gafas pude ven con claridad el estado de la media rata que para mí no era, desde allí, más que un punto gris borroso en un pequeño charco.
Retrospectiva, flujo de pensamiento: el narrador, a los diez años de edad, jugaba con los otros niños en el mismo parque (entonces en construcción). Un niño mayor y sus secuaces se acercan con un gato de corta edad. Tamaño: pequeño. Color: gris, rayas blancas. Estado: vivo. Cerca, se encuentra una pila de ladrillos contra la que el pequeño gato, al despertar aquella mañana, no esperaría colisionar repetidas veces hasta morir entre agónicos chillidos. Hora de la defunción desconocida. Con aquellos ladrillos se terminó de construir el parque meses después. Los restos mortales del gato permanecieron varios días en el lugar. Sinestesia: reconozco, a veces, el olor del gato en las miradas de la gente entre la multitud en las ciudades.
Epílogo: los chillidos del gatos se confunden en la memoria con los sonidos del grupo de niños portadores de la rata extasiados por la diversión de la tarde de otoño que les sacó de la rutina de la reciente vuelta al colegio. ¿Tuvo suerte la rata en su rápida muerte (conjetura: atropello, aplastamiento) ajena a los niños mayores?