Llovía en la ciudad. Era un tipo solitario. La chica esperaba en el coche. La policía estaba alerta. Las gotas de agua lo amenazaban desde fuera, las sirenas sonaban en la calle mientras ella aguardaba en el cadillac, a él aún le resultaba rara su compañía. La visión de la verdad llegó justo antes de explotar la estación lunar. El diamante ya no estaba, el de la máscara se lo llevó. El bosque buscaba un avatar perfecto, una representación medio humana que lo condujese a la supervivencia.
Tantos principios posibles y ninguno le hace justicia.
Él la buscaba a ella, aunque ella no fuese nada, el ojo se le disolvía entre los dedos y él mismo se resistía a caer entre las grietas. Bajo la escalera de caracol, el Hades no parecía muy acogedor, aunque había estado en cenas familiares peores que eso. Se agarraba a lo que podía, una mano asía el metal y la otra sujetaba el ojo, que caía al Hades gota a gota. Todo por buscarla a ella.
Y ella al final estaba en el lugar menos pensado: era el acento de la palabra "él".
En la habitación del sueño, los niños le preguntaban. "Ahora nuestros padres son calaveras y huesos. ¿Has visto al perro blanco?" ¡Claro, el perro blanco! El espíritu que le protegía. Venía de otro lugar, y ahora también lo había perdido. ¿O era el ojo que se disolvía? Los cráteres de la Luna eran pisadas de gigantes, le dijeron una vez. Pisadas redondas, la realidad que se transfiguraba, la mentira como símbolo de consciencia plena.
Todo se ha ido haciendo ficticio, ¿no lo ves?
Recorrer océanos de tiempo para acabar disfrazándola de la misma patraña de siempre. Pintalabios, cabello suelto y mirada letal. Ya no me vale. No intentaba más que complementarse con un arquetipo opuesto a él, para que le llevase a las espirales de dolor y así sentir que ha vivido. Nadie quiere esa basura, yo al menos no. Siendo la verdad un blanco en movimiento, no hay necesidad. Sólo necesitas algo que se funda contigo en la noche y el bosque, que pueda crear vida del impacto de un relámpago.
La realidad es F-I-C-C-I-Ó-N.
El verdugo viste una túnica que le camufla con la medianoche. Intenta, cada noche, matar al mundo real... Y lo consigue. Siempre lo consigue. Por un momento, lo perceptible muere. Los sentidos te engañan y te llevan por el camino que no es. Pero si consigues dejar de fiarte de ellos, si consigues dejarlos de lado y atender a quién-sabe-qué, puedes sentir lo irreal. La antimateria que impulsaba las naves en los cuentos de ciencia-ficción. El material del que están hechos los fantasmas. El origen secreto del mundo.
Sueño con funerales en el bosque.
Los ataúdes para los gigantes son increíblemente pequeños. Los enterramos en puertas porque sus cadáveres son peligrosos si los encuentra quien no debe. Ahora cae por miles de esas puertas. Por todas a la vez. Se aferra a lo que puede, pero el ojo finalmente cae. Y él cae detrás. No sabe bien dónde está, todo está oscuro aunque los monstruos le tratan con dulzura. El ojo finalmente le dice lo que quiere saber. Cuando cree comprender, cae al suelo, y todo se desmorona con él. Tanta búsqueda para esto. Estaba todo en sus ojos, su cerebro y sus entrañas. Estaba todo en el aire. Estaba todo en la materia muerta que le rozaba la punta de los dedos cuando cerraba los ojos y acogía al bosque. Pronto resucitó como si nada. Se puso en pie y salió a la calle. Intentó recordar donde la había dejado a ella. Intentó recordar qué era verdad y qué no, porque lo real y lo imposible se muerden la cola el uno al otro en forma de serpientes. Intentó...
Paró un momento. No hizo nada de eso. Al final, subió al tejado, sintió el aire y sonrió.