-Bill Hicks"Hoy, un chico drogado con ácido se dio cuenta de que toda la materia es simplemente energía condensada a una baja vibración, que somos todos una conciencia colectiva experimentándose a sí misma de manera subjetiva. No hay tal cosa como la muerte, la vida es solo un sueño y somos la imaginación de nosotros mismos. Aquí está Tom con el clima."
Cuentagotas. Sonido de langostas volando hacia tus dientes. Hemos sido mutaciones toda la vida, y no te has dado cuenta. Copia de la copia de la copia, no eres original, ni inteligente, solo tienes internet. Míralo desde este punto de vista: un amigo imaginario para niños autistas. El autismo siempre tiene ese punto siniestro, ¿no? A saber qué se esconde en la mente de un crío. A saber por qué está tan callado todo el rato, qué pensará, qué callará, cuántas voces guiarán sus erráticos y cortos dedos.
Pongamos que ese amigo imaginario se llama "John el Honrado". Cuando mamá toma los antidepresivos, ahí está John el Honrado, asegurando al pequeño. Cuando el último pez de colores va por el sumidero, ahí está John el Honrado. Cuando los profesores no lo comprenden y tiran la toalla, John el Honrado. Cuando los demás niños le hacen sangrar, John el Honrado. ¿Y cuando papá se intenta colgar por tercera vez está semana? John el Honrado está ahí. El pobre diablo cuelga una soga de la lámpara e intenta ahorcarse. Está tan obeso que rompe la lámpara, que queda colgando de un fino hilo de cables, y la soga se desentiende de él, y se vuelve a romper las rodillas contra el suelo. Lo vuelven a ingresar. No hace nada útil desde que lo echaron de la fundición. Sombras negras se ciernen sobre el humilde bloque de pisos.
Los niños de la guerra, los perros de paja, los hombres de barro, la plaga de langostas, todo es efervescente. Y el niño autista se convierte en un oficinista grueso y las gafas le aprietan la cabeza y le dejan marcas en las sienes. ¿Oficinista en dónde? Mejor no revelarlo: deshumaniza más su trabajo y le da un tono aún más desolador a la historia. Los monstruos reales proliferan: las ex-mujeres, los políticos, los falsos profetas, las corporaciones, y el otrora niño autista pierde contacto con John el Honrado. John el Honrado está en el limbo ahora: John el Honrado está jorobado, deforme y jodido.
Pero de vez en cuando lo ve. Muy diferente al John el Honrado de su infancia, claro está, pero lo ve. Y ve que ha dejado de ser un niño autista, una criatura disfuncional que merece el mejor trato y el cariño de la pequeña comunidad, y se ha convertido en un imbécil triste y gris. Su padre da problemas en la residencia: se ha intentado colgar otra vez, con hilo dental, en la pata de su sinfonier, no tiene sentido alguno. Y a mamá Dios la tenga en su gloria: se la llevaron las langostas.
Las langostas se llevan un tremendo porcentaje de seres queridos al año. De nada sirven las murallas, y los pactos siempre han sido temporales, siempre acaban rotos, siempre el colectivo terrible se lleva las cosechas y los bebés y las mujeres. Son algo más que insectos: una fuerza caótica, lo cual lo hace doblemente peligroso, sin objetivo, sin causa, sin Führer, sin madre. Las gaviotas se extinguieron, las hormigas se extinguieron, los bebés pronto se extinguirán. A las langostas les encantan. Les parecen jugosos y fáciles de transportar. Y el post-autista solo puede recurrir a John el Honrado. Lo invoca por las noches, con los discos de los Beatles al reves, lo invoca por las mañanas, mojando las magdalenas en su orina, lo invoca con extraños rituales, quemando en una hoguera de una noche de San Juan las uñas de aquella amante de internet, que resultó ser un hombre, que resultó ser varias langostas envueltas en cuero.
Esto no es más que una apología del absurdo. John el Honrado jamás existirá, para desgracia de todos. Tampoco existe ese autista hipotético, o puede que simplemente haya un trozo de él en todos nosotros o viceversa. Pero lo dudo, porque en cierto modo tampoco existimos. Energía condensada a baja vibración o algo así. Un espejo contra un espejo. El amor es casi relativo. No existe cuando estás tirado en tu piso de Madrid, tomando el último aliento de tu pipa, mirando por tu ventana sucia, asqueado, dolorido, con un nenúfar en el pulmón, deshecho a tantos niveles que es obsceno.
Quieres volver a la ciudad, para descubrir la otra ciudad a su vez, la ciudad gemela que se esconde en las sombras, en las palomas que huyen, en los restaurantes chinos subterráneos, el reverso oscuro del mundo. Quizás ahí la existencia pueda... no sé, existir. Quizás allí quepa alguna sensación. Pero siempre estarán las langostas, por muy lejos que nos vayamos y muchas murallas que construyamos. Por muchos amigos imaginarios que creemos, por muchos exámenes que pasemos, por muchas continuidades que consigamos crear, por muchas catástrofes que evitemos, por mucho tiempo que ganemos. Siempre habrá insectos que puedan destriparte. Y por eso es hermoso. Y por eso consigues sentir algo esta noche. Porque estás en constante peligro en un mundo imperfecto. Ahí sientes ese precioso hormigueo en el estómago que te acompañará hasta la muerte.
Venerable paloma, avatar de las ciudades, portadora de enfermedades y tragedias, rata emplumada carente de clase, te espantamos aunque representes la paz. Llévame contigo en tu abrazo pestilente e inyéctame la mierda más venérea, para que pueda zafarme eternamente, y escapar, y luchar, y sentirme con vida. John el Honrado, imaginario y triste, protégenos a todos los cabrones autistas de la Tierra. Nunca dejes de no-existir.
Cuentagotas.