Estará a un lado de la carretera. El pelo le ondeará por culpa de (o gracias a) el viento extraño que soplará en ese atardecer. El cielo anaranjado tendrá toda la pinta de que irá a llover. Con la clásica postura que sale siempre en las películas, ella hará autoestop. Fumará tabaco de liar, tendrá poca ropa y una maleta apenas llena, los labios rojos, ¿una mujer fatal? No. Un instante fatal, una mirada fatal, una decisión fatal, y una espiral, diez mil espirales, sangre, olor a quemado y el maquillaje chorreando por las mejillas.
Y será perfecta y extraña. Encajará en cualquier contexto. Una novela negra, un giallo, un comic de Steranko, plagado de espías, cine independiente, un poemario demente y experimental. Pero mi contexto será éste: un descapotable rojo la recogerá, y el tipo, de sonrisa afilada y chaqueta de piel de serpiente, la llevará a donde ella diga. Y estarán encadenados de por vida, el uno al otro, en un cúmulo de excesos autodestructivos. Pasarán por muchas escenas terribles. Ella le arañará la cara, con un corte profundo. Él la atará a la cama, en una especie de juego. Los dos beberán hasta caer medio muertos y, posiblemente, fingirán su muerte lanzando el descapotable por un acantilado, y luego se casarán al pasar la frontera de México. Una vez llegados a ese punto, su destino será incierto. O bien los policías los fusilarán por sus crímenes, o bien se ocultarán de por vida, exceso tras exceso, o bien sentarán la cabeza, tendrán hijos, trabajo, una familia modelo, un pasado oscuro bajo la alfombra del porche.
Ese último final posible es tan triste que nunca me atrevería a contarlo. Aunque podría ser el principio de la novela. Una especie de redención por su pasado, o algo así.
Aún no lo he decidido.
Pero... toda esa historia, ¿por qué? Puro aburrimiento, puro hastío. ¿Se necesita una excusa para crear un par de vidas y destrozarlas? ¿Hasta qué punto son ficticias? Ella será perfecta y extraña. El pelo ondeante pegado a la cara, los labios rojos, el tabaco de liar, vuelvo a esa escena una y otra vez. Es el génesis de todo, ¿sabes? Porque él no es más que un cúmulo de errores míos llevados al extremo con una chaqueta que le vi a Nicolas Cage en una película. ¿Pero ella qué es? El génesis, la primera idea. Nunca podrá tener nombre. Nunca, aunque escriba su historia en futuro, podrá existir. "Ella era..." es algo que da miedo escribir. ¿Y si algún día verdaderamente es? Hay que andarse con cuidado en ese terreno.
Si algún día una madeja de casualidades da pie a la historia de la dama del pelo ondeante en el atardecer será un milagro, pero no será, desde luego, mi historia. Eso no se lo doy a nadie. Eso no se lo puede quedar ni la realidad. Mi pequeño arquetipo noir se viene conmigo a la tumba. Como ahora danza Hitchcock con Marnie la ladrona. Como se reunió Nabokov con Lolita. Como pasea Bradbury de forma perpetua entre miles de libros que nunca se quemaron. Si pudieras ver lo que yo veo podrías nadar entre todos los mundos posibles. Ojalá pudieras ver lo que yo veo. ¿Cómo decían en aquella película? El túnel del tiempo, el escenario perfecto para un melodrama cósmico.
Y el viento sigue moviendo el pelo y las cenizas, esperando, inútilmente, salir de la ficción.