La
estación de trenes quedó vacía cuando cogí el último expreso. Lo vi en la
lejanía, aquel mundo desapareciendo a toda velocidad. Hasta que el sol me cegó
y no pude ver más allá de mis propias cataratas. Pero ya no me molestaba, yo ya
no le lloraba a nadie. Todo lo que veía era como un país de luz. El sol me
cegaba por momentos pero entre el resplandor me dejaba adivinar siluetas de
antiguos amigos y lugares comunes. Veía las siluetas de mis hijos y las fotos
quemadas y mis negros pulmones. Le dije adiós con la mano a todo aquel país de
luz que me había retenido más tiempo del deseado. “Adiós amigos”, susurré, sin
sentir mucha pena. Yo ni siquiera era tan viejo.
Llevaba
planeándolo unas semanas, ahorrando para comprar el billete, haciendo oídos
sordos a mis hijos, visitando por última vez la tumba de mi mujer, hablando con
la gente a la que había apreciado. El pueblo era pequeño, así que éstas las
podía contar con los dedos de las manos. Tomé mi última copa y me compré un
traje bonito. Calcetines blancos, mis zapatos de Fred Astaire y una maleta
ligera de equipaje. El pueblo me había dado una vida pero también en cierto
modo se la había comido. Mis hijos, temiendo por mi salud mental, me
preguntaron a dónde iba a ir. Yo les dije que solo quería un billete de ida y
que se preocupasen de sus vidas, que ya son adultos y tienen hijos y trabajos
bien formales, que si no se habían preocupado por mí después de servirles de
aval para sus casas que no se preocupasen ahora. Yo ni siquiera era tan viejo.
Y
ahí estaba bajo el reloj, sentado en un banco viejo de la estación. Le pedí a
alguien que me hiciera una foto, y que se la quedase. Para que alguien se acordase
de la última vez que aquel viejo le echó un par de cojones a algo. Quería que
me recordasen justo en ese momento, antes de irme hacia cualquier país
desconocido, como hizo el anciano Ambrose Bierce antes de perderse en el oeste.
Quién sabe dónde iría. ¿A buscar el árbol bajo el que la besé por primera vez?
¿Al café en el que escribí mis mejores historias? ¿Al fin del mundo, quizás? Yo
ni siquiera era tan viejo.