Siempre me ha inquietado el mes de enero. Otro año que se despereza y se desprende del futuro y te acoge. El primer día del año en el que me desperté en Madrid fue gratificante, aunque todos los despertares lo sean. Preparé un café, miré los cristales empañados, las lluvias, y con la taza caliente en una mano, tocaba con la otra las paredes del salón. Los interiores, esa mañana, eran en blanco y negro, y los sueños, como todas las noches, habían sido extraños. Los sueños eran rojos, y también azules. Normalmente, el rojo y el azul aparecen en el día, borrando el blanco y el negro, y después venían, a empujones, el resto de colores.
Iba a ser un mes de enero violento, por esa violencia con la que azotaban los sueños. Sueños expresionistas, de novela negra y también de slasher. Cuando despertaba, se borraban las imágenes de los programas de la noche. Solía ver programas sobres espíritus, psicofonías y cosas por el estilo, y muchas películas suecas y danesas. Desayuné, me duché, puse una lavadora, pensé en el año 2040, y salí de casa.
En la calle, suelo mirarlo todo, imaginarlo, como si fuese un extraño. Como si nada nunca hubiera estado allí. El suelo, los muros, los coches. Y pienso en quién habra escrito este año el mes de enero. Cómo podría desenvolverse. A veces parece prosa y a veces parece verso, y los instantes buenos, vistos con el tiempo, parecen telegramas. Pienso en quién nos escribe y de qué forma nos hará actuar, cuáles son los papeles que nos tocan. Cuando estoy optimista, pienso más acerca de escribirnos a nosotros. Creo que todo es más fácil cuando lo vuelves ficción. En cierto modo creas una sensación de control. Pequeños refugios contra el caos y la suerte.
El invierno trae ese pensamiento oscuro. Hay un país de enero, donde todo siempre está despegando hacia el futuro inmediato. Ese lugar, donde sólo existe la espera al futuro, a veces colinda con el nuestro. Congelándonos en instantes esperando a ser escritos. Odio cuando no pasa nada, cuando la acción se detiene. No poder evitar vivir en interludios, en el espacio entre las viñetas. Gritando entre interiores, busco el último fotograma.