Puto humo de cigarro, que impregna de noir la atmósfera, las persianas entrecerradas que proyectan líneas horizontales de luz en el despacho del antihéroe, la femme fatale subiendo las escaleras (nunca es un primer piso). Puto Madrid, escenario de historias extrañas. No es la Nueva York con nubes negras de chimenea y paranoia de las películas y los libros, no es el Londres victoriano que trae opio y destripadores, ni tampoco es el Hong Kong de Hard Boiled, pero es amor y aventura bizarra.
El barrio es un microclima con la curva de causalidad elevada al infinito, cuyo epicentro (¿el ojo del huracán es también el tercer ojo?) es mi bloque de pisos. Hay gorilas imponentes y amistosos, hijos ilegítimos, a veces viene la secreta, los vi por la mirilla (¡ese es el tercer ojo!), amenazas pintadas en el 1º A (IROS DE AQUI O MORIREIS) y sospecho que mi compañero es un ente de la quinta dimensión.
Nunca fui loco, pero siempre quise ser villano. Es tan grandilocuente la palabra héroe. Pero el villano tiene unos componentes increíbles: esa distinguida uve, la uve de la victoria, las dos eles, el conjunto entero de la palabra es completamente perfecto y armonioso. Paladea la palabra en tu boca. Villano... aunque otros lo llaman simplemente "el malo". Nunca el villano es del todo una oposición al bien, como nunca el héroe tiene siempre todas las virtudes de la bondad y se muestra enteramente luminoso. Es un concepto atrayente...
Ponte un antifaz y desvalija algo, somete a una humilde población, pon en jaque a un país, crea catástrofes, roba el sol, haz temblar los cimientos mismos del espacio y el tiempo. Pasea de madrugada por Madrid con ganas de hacerlo todo estallar. No, no quiero sentarme a ver el mundo arder. Quiero arder con él, quiero perderme en las llamas y rasgar mi piel para salirme de mi mismo.
Que mi calavera dance al rojo vivo y el mar se lleve la ciudad por delante. Todo reducido a fosfatina, alguien tenía que hacerlo. Porque tú ya no me quieres ver ni hablar, aunque todo se queme con violencia en mi universo de ficción. ¿Quién no querría ser villano? ¿Quién no querría tener la fuerza para mover la realidad (hacia el progreso o hacia la demencia) tirando el mundo establecido por el sumidero? ¿Quién se negaría a ser una fuerza natural imparable e inamovible?
No importa, al fin y al cabo nací como héroe, aunque me haya devaluado a antihéroe pulp. Tengo los mecanismos de lo bueno. Nunca me puedo torcer demasiado hacia el terror. Aunque me equivoque un millón de veces. Aunque intente hacer lo correcto y me pierda en el rechazo. Quisiera ser villano, el eje de atención de un mundo del que no conozco su existencia. Sería un arquetipo, un John Dillinger, una fuente de atracción destructiva.
Pero no puedo. No soy el villano, soy el héroe pulp. Inesperado y atípico. Y el puto humo de cigarro impregna de noir la atmósfera. Maldita sea, yo ni siquiera fumo.
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