En algún lugar de Varsovia, el 22 de noviembre del año 1963, un joven cocinero trabaja en un
prestigioso restaurante. Nervioso, pues es su primer día, se dispone a colocar eficientemente sus utensilios de cocina. Cuando todo está listo, escucha un disparo, tan de cerca que se queda sordo.
Fue el mismo disparo que acabó con John Fitzgerald Kennedy. Presa del dolor, cae al suelo
involuntariamente, mientras se retuerce. Debajo de la mesa sobre la que estaba trabajando,
encuentra una forma sospechosa. Es un viejo y raído manuscrito. Sentado en el suelo, y tras haber perdido completamente el sentido del oído, el cocinero se dispone a leerlo. Un infarto acaba con su vida cuando descubre que en esas páginas se hace referencia a él y a su reciente pérdida del oído.
Ese viejo libro es lo que tú estás leyendo en éste momento.
Gracias por abrir este fútil manuscrito. Ignoro si leerás hasta el final o te aburrirás como una ostra. Te doy las gracias por hacer el gesto de coger esta cosa entre tus manos y abrirla, por hacer que una pequeña parte de tu cerebro, aunque sea por un corto lapso de tiempo, dedique atención a esto, por hacerme imaginar, aquí sentado, presa de un frío terrible, tus dedos al pasar las páginas mientras suena el crujir del papel.
Eso, claro está, si eres de mi época. Si estás leyendo esto en el futuro, en un moderno aparato pequeño y compacto, con una brillante pantalla dispuesta a mostrar mis letras, mis palabras y mis frases, también te doy las gracias, pues también imagino tus dedos deslizándose por ese sensible invento, mientras descansas cómodamente alumbrado por alguna clase de luz artificial. O también si has encontrado éste manuscrito, falto de páginas y con los bordes quemados, en alguna suerte de búnker de la guerra, pues te imagino con mi obra entre tus brazos, huyendo de la amenaza de alguna clase de mutantes hambrientos.
He fantaseado con que el manuscrito también llegase al pasado. Un vórtice lo llevó a la época de las cavernas, donde nadie supo leerlo y el papel se acabó usando para acomodar a un pequeño nehandertal recién nacido. O cayendo en la edad media, siendo llevado ante algún suspicaz clérigo en algún alejado monasterio. Y también, por qué no, en la época victoriana, siendo transcrito por algún noble juguetón, en un viaje causado por el opio. Su lectura en esa época hubiese sido tan aterradora y fuera de lugar, que lo hubiesen mandado a la horca. Mientras agonizaba con el cuello partido, un satisfecho Marqués de Sade miraría el panorama desde un alto ventanal. No te voy a engañar, éste manuscrito no trata realmente sobre nada. Pero con un poco de suerte podrás mirar más allá y ver historias de fantasmas, realismo aterradoramente mágico y magia extrañamente realista.
Ignora mi nombre, porque no soy nada y lo soy todo a la vez. Quise ser un cavernícola, un pistolero, un budista, un caballero, un monstruo de circo, un astronauta. Y fracasé en todo, y todo lo logré. Tú me has creado a mí, y con los años, cada vez con más destreza, yo te iré creando a ti.
Disfruta de ésta historia breve, escrita con la prisa de un caracol milenario, sin pulir, sin edulcorar, ideada aquí y allá en distintos puntos de mi propio espacio-tiempo. Son sólo apuntes que he ido dejando, migas de pan para pterodáctilos. No juzgues lo que escribo. No te servirá de nada.
Acabalo, vete a casa, dale vueltas, quédate con algo bueno, y si lo olvidas, olvídalo bien, olvídalo de forma maravillosa, olvídalo como olvidas a un amante imposible, como olvidas una imagen lúgubre, como olvidas las tablas de multiplicar cuando eres un crío.
Pero si decides acordarte de algo, llévate un trozo de esto como quien arranca una piedra de Marte, o como quien le roba las novias al diablo.
Bienvenidos sean todos a las tripas del mundo, el comienzo de todos los comienzos.
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